Sonia González
Directora y psicóloga en Psyfeel
Las personas y también los animales nos comportamos como lo hacemos porque resulta la forma más adaptativa para la supervivencia. Pero, ¿Cómo sabemos que eso es lo más adaptativo y que no deberíamos cambiar? Muy sencillo porque el entorno responde con consecuencias positivas si hemos actuado bien y si no, con consecuencias negativas.
Sin embargo, hay ocasiones en las que vemos que llevamos a cabo conductas que son desadaptativas para nosotros en nuestro entorno, como ser agresivos, consumir sustancias, no esforzarnos en nuestro trabajo… que aunque tienen múltiples consecuencias negativas, las seguimos llevando a cabo.
Es en estos casos en los que debemos echar mano de las llamadas técnicas de modificación de conducta. Estas técnicas se basan en los premios y en los castigos, pero es un tema complicado, así que vamos a explicarlo poco a poco.
La corriente psicológica del conductismo presenta que para modificar las conductas media lo que llamamos condicionamiento operante. Este lo que dice, en palabras sencillas, es que la realización de una determinada conducta y su frecuencia viene determinada por las consecuencias que acarrea ese comportamiento en el entorno.
Es decir, que si al hacer algo nuestro entorno nos devuelve algo bueno o nos quita algo malo, probablemente lo repita. Y, sin embargo, si al hacer algo nuestro entorno nos devuelve algo malo o nos quita algo bueno, lo más probable es que deje de emitir ese comportamiento o, por lo menos, disminuya su frecuencia.
Lo que hace que aumente la conducta se llaman refuerzos, que es lo que comúnmente se conoce como premios: nos dan un ascenso, nos hacen un regalo, nos aplauden...
Y lo que hace que desmaya la conducta se llaman castigos, el cual es un término mucho más común en la vida cotidiana: nos insultan, nos dejan de hablar, nos imponen una multa...
Estos refuerzos y castigos pueden presentarse de muchas formas: social (dándonos una felicitación), material (regalándonos algo que nos hace ilusión)...
Además, todavía hay más matices así que veamos las variantes con ejemplos de la vida que podamos identificar en nuestro comportamiento:
Como ya hemos comentado, los refuerzos son aquellas consecuencias del entorno que hacen que repitamos una conducta. Sin embargo, hay dos tipos de premios o refuerzos: los que me aportan algo beneficioso y los que me liberan de algo negativo.
Imagínate que has estudiado mucho todo este curso terminando con unas notas excelentes por lo que tu familia quiere recompensarte llevándote de viaje a tu ciudad favorita.
El refuerzo positivo hace referencia a que la consecuencia de una conducta es algo beneficioso para la persona haciendo que repita su comportamiento. En este caso, probablemente tú al año que viene vuelvas a estudiar mucho para que te premien de nuevo.
Es decir, que lo llamamos refuerzo porque es algo que hace que nuestra conducta aumente su frecuencia y positivo porque nos otorga algo bueno y agradable.
Otros ejemplos serían: que me den un regalo por un buen comportamiento, que me digan que lo he hecho muy bien tras la entrega de un proyecto o que me den un abrazo tras un haber dado un buen consejo.
En este caso imagínate que tras estudiar mucho has conseguido unas excelentes calificaciones y consigues entrar sin pagar a una universidad muy prestigiosa y muy cara.
El refuerzo negativo hace referencia a que la consecuencia de una conducta es la eliminación de algo negativo para la persona, haciendo que repita su comportamiento. En este caso, lo más probable es que sigas esforzándote para poder mantenerte en esa universidad sin necesidad de pagar mucho dinero.
Es decir, que lo llamamos refuerzo porque es algo que hace que nuestra conducta aumente su frecuencia y negativo porque nos elimina algo malo o desagradable.
Otros ejemplos serían: librarme de cortar el césped por haber tenido la habitación recogida, no tener que madrugar por haber sacado la basura por la noche o que no me echen la bronca al haber aprobado matemáticas.
Como ya hemos comentado, los castigos son aquellas consecuencias del entorno que hacen que no repitamos una conducta o, por lo menos, que disminuya su frecuencia. Sin embargo, hay dos tipos de castigos: los que aportan algo negativo o poco atractivo y los que arrebatan algo positivo.
Imagínate que has respondido de manera muy grosera a tu familia y te dan una cachetada.
El castigo positivo hace referencia a que la consecuencia de una conducta es algo aversivo para la persona, haciendo que no repita su comportamiento o, al menos, disminuya frecuencia En este caso, probablemente no vuelvas a hablar así a tus padres para que no vuelvan a pegarte.
Es decir, que lo llamamos castigo porque es algo que hace que nuestra conducta disminuya su frecuencia y positivo porque nos otorga algo que en este caso es desagradable.
Otros ejemplos serían: que me echen la bronca por no ayudar en casa o que me obliguen a lavar los platos por haberme pegado con mi hermano.
En este caso imagínate que tras sacar muy malas notas por no haberte esforzado te castigan sin videojuegos.
El castigo negativo hace referencia a que la consecuencia de una conducta es la eliminación de algo positivo para la persona, haciendo que no repita su comportamiento o por lo menos disminuya su frecuencia. En este caso, lo más probable es que para el próximo año te esfuerces un poco más para poder seguir jugando a los juegos que te gustan.
Es decir, que lo llamamos castigo porque es algo que hace que nuestra conducta disminuya su frecuencia y negativo porque nos elimina algo positivo o que para nosotros es agradable.
Otros ejemplos serían: que me impidan salir con mis amigos por haber tenido una mala conducta, que me despidan por no cumplir mis horarios del trabajo o que mi pareja me retire la palabra por no haber sido atento.
Ahora que ya entendemos cómo funciona y se modifica nuestra conducta, abramos el tema controvertido que nos trae aquí: realmente, ¿funcionan los castigos? ¿Los deberíamos usar con nuestros hijos o con nuestros conocidos?
Los castigos forman parte de las consecuencias del entorno que modifican nuestros comportamientos, así que la respuesta corta es que sí. Sin embargo, muchos estudios muestran que en niños son más útiles para corregir un comportamiento particular e inmediato que acaba de ocurrir que para variar la conducta a largo plazo, ya que no les permite interiorizar lo que sí deben hacer.
Por eso, en el proceso educativo se aboga por usar los castigos que una forma que no resulte traumática. De esta manera no se llamaría tanto castigo sino consecuencia, ya que es lo que generarían sus actos.
Para que los castigos funcionen tienen que seguir estas pautas:
Cuando el castigo no tiene nada que ver con el comportamiento, el niño no entiende el porqué de lo malo de conducta y la repite.
Es decir, que el niño saque malas notas y se le ponga a fregar los platos, no tiene ninguna relación y, por lo tanto, es menos efectivo. En cambio, puede ser más útil que como ha sacado malas notas le toque estudiar mientras podría estar descansando en vacaciones.
Es fundamental no crear problemas mayores intentando resolver uno. Por lo tanto, los castigos deben hacerse de forma privada y con una comunicación asertiva que muestre al niño el porqué de lo problemático de su conducta.
No se puede dar un castigo desmesurado ni en tiempo ni en intensidad porque no generarían ningún beneficio. Además, en este aspecto debemos valorar la edad, la madurez, la personada y las circunstancias que llevaron a la persona a esa conducta.
A pesar de que las dos son reprochables, muchas veces es más necesario atender a las actitudes que movían la conducta que a la conducta en sí.
Esté no se recomienda, ya que además de no funcionar origina otros problemas como miedos o el aprendizaje de conductas agresivas. Además, de acuerdo a lo dicho en el primer punto, no es una consecuencia lógica de ningún comportamiento.