¿Qué es una fobia?


Una fobia es un miedo intenso e irracional. Es irracional porque habitualmente es un miedo hacia algo que no provocaría temor en la población en general. Es decir, normalmente si tenemos miedo a algo es porque sentimos que estamos en peligro. No obstante, el objeto fóbico normalmente no es ningún peligro y la persona acaba teniendo la misma reacción que tendría ante una circunstancia peligrosa de verdad.


Por ejemplo, es muy común tener fobia a los perros. Sin embargo, la mayoría de personas no tienen este miedo, porque un perro no es peligroso en el cien por cien de los casos. Una persona con fobia a los perros, cada vez que ve uno o incluso se lo imagina, experimenta sensaciones de ansiedad que le provocan gran malestar. De hecho experimenta las mismas sensaciones que si estuviera ante un león, aunque la diferencia es que en este caso el miedo sería razonable.


La fobia a la sangre


Una fobia bastante común es la hematofobia o fobia a la sangre. Son muchas las personas a las que no les gusta ver la sangre. No obstante, solo existe una fobia cuando para la persona acaba siendo un problema y le incapacita un poco en el día a día. Es decir, puede que no te guste ver sangre pero, si eres capaz de tolerarlo en momentos puntuales, lo más seguro es que no hayas desarrollado una fobia.


Para una persona con fobia a la sangre cualquier situación relacionada con este elemento puede ser desbordante. Normalmente no es solo ver sangre, sino que incluso imaginarse la situación de sangrar o de que le pinchen o le saquen sangre puede ser paralizante.


Podríamos pensar que tener miedo a la sangre es razonable, ya que en muchas ocasiones la sangre significa algún tipo de problema físico. Sin embargo, la fobia a la sangre es algo irracional en el sentido de que a la persona no le preocupa lo que significa la sangre, sino que su miedo se ha generalizado y aparece incluso cuando la sangre no está relacionada con ningún peligro físico.


Generalmente la persona teme los síntomas físicos que le aparecen ante la sangre.


Síntomas de la fobia a la sangre


Los síntomas de la fobia a la sangre son parecidos a los  síntomas de ansiedad  de otros trastornos. Pero existen algunas características específicas que conviene saber.


Síntomas físicos


Lo principal es que, ante situaciones de exposición a la sangre, la persona experimenta síntomas físicos que generan mucho malestar. Estos síntomas pueden ser la aceleración de las pulsaciones del corazón, la hiperventilación, la sudoración o el rubor en la piel, movimientos de algunas partes del cuerpo, presión en el pecho...


Estos síntomas son las sensaciones físicas normales que tenemos ante una situación peligrosa. Para escapar del peligro y sobrevivir nuestro cuerpo se tiene que activar. Por ejemplo, si tenemos delante un león, el corazón tendrá que bombear más sangre a las extremidades para que podamos salir corriendo, necesitaremos más oxígeno para tener una respiración más acelerada que nos permita escapar, etc. Por tanto, las sensaciones físicas son adaptativas y no suponen ningún peligro para nuestro cuerpo. No obstante, se viven con intensidad y malestar porque aparecen en situaciones que no son peligrosas.


La persona con fobia a la sangre puede incluso  marearse  o desmayarse en situaciones en las que hay sangre o tener un  ataque de ansiedad. Solo en personas con fobia a la sangre existe una bajada de tensión que puede provocar estos mareos o desmayos. Hay una hipótesis que cuenta que esto ocurre por supervivencia, porque los depredadores no atacaban a quien estaba inconsciente; también es cierto que con la bajada de tensión sale menos sangre de nuestro cuerpo.


Síntomas cognitivos


Al contrario que en otros trastornos de ansiedad, en las fobias los síntomas del pensamiento juegan un papel menos importante. Esto es porque la persona suele saber que no existe ningún peligro. Por tanto, habitualmente no es el pensamiento lo que provoca el miedo. La persona que tiene una fobia te dirá que sabe que no es lógico y que no entiende por qué tiene tanto miedo, pero que no lo puede evitar.


Cuando hay síntomas cognitivos están más relacionados con los síntomas físicos de ansiedad, lo que a menudo provoca los ataques de pánico. Si por ejemplo pienso que con la aceleración de las pulsaciones del corazón me va a dar un infarto, este pensamiento me genera aún más ansiedad y malestar, aunque jamás puedas tener un infarto por síntomas de ansiedad.


Síntomas conductuales


El hecho de que la persona no abandone su miedo es debido a lo que hace en estas situaciones. Habitualmente la persona con fobia evita el elemento fóbico o se escapa de él, sin llegar en ningún momento a comprobar que no corre ningún peligro. Y esto paradójicamente es lo que hace que el problema se mantenga.


La persona que tiene miedo a la sangre sabe que no le va a pasar nada si, por ejemplo, le hacen una analítica. Lo sabe porque es algo que todos los días se hacen muchas personas. No obstante su miedo es irracional e intenso y no lo puede evitar, por lo que evita estas situaciones para no experimentar los síntomas físicos y pasarlo mal.


Causas de la hematofobia


Seguramente te estés preguntando por qué la persona con hematofobia, si sabe que en realidad no corre ningún peligro, tiene un miedo tan intenso que no es capaz de controlar. Existen diversas causas que pueden explicar este miedo.


Por una parte, hay cierta predisposición genética. Es decir, si alguien de tu familia tiene miedo a la sangre es más posible que tú también desarrolles este miedo.


También en esta línea, si en tu entorno has visto que otras personas tienen fobia a la sangre, también es más posible que tú acabes teniendo este miedo por aprendizaje.


La genética predispone pero, en muchas ocasiones, es el entorno y las experiencias vividas las que determinan los miedos que desarrollamos. Por ello el miedo también puede estar asociado a alguna circunstancia traumática (haber vivido o presenciado un accidente donde ha habido sangre, haber tenido problemas estando dentro del hospital, etc). De esta forma asociamos la sangre a situaciones dolorosas o complicadas, como la muerte de un familiar o el propio dolor físico.


Cómo eliminar la fobia a la sangre


La fobia a la sangre en muchas ocasiones requiere de ayuda profesional para superarlo. Es cierto que puede ser algo poco incapacitante, ya que todos los días no nos exponemos a la situación de que nos saquen sangre o de ver una jeringuilla. Sin embargo, todo dependerá de cómo haya generalizado la persona ese miedo.


Para las fobias lo que mejor funciona es la terapia psicológica cognitivo-conductual. En fobias la técnica más utilizada es la exposición con prevención de respuesta. Mediante esta técnica la persona tiene que exponerse a su miedo de forma progresiva y controlada. No se trata de exponerte de golpe a tu mayor miedo, sino de ir exponiéndote progresivamente.


Con la exposición lo que hacemos es aprender a controlar la ansiedad. La ansiedad aparece, aumenta hasta lo máximo y luego tiende a descender. Normalmente, cuando hay una fobia, la persona escapa antes de que la ansiedad haya desaparecido. Aunque la ansiedad tiende a descender sí o sí por biología. Si la persona escapa nunca comprueba que su ansiedad va a desaparecer si permanece en la situación, porque en realidad no hay ningún peligro. Los síntomas físicos son tan intensos que la persona puede temer que no desaparezcan y le pueda ocurrir algo.


Como el miedo es tan intenso la exposición tiene que hacerse progresiva. Por ejemplo, primero acudir a la sala donde se extrae sangre, después ver una aguja, coger una aguja, ver sangre dentro de una aguja…y así hasta poder permitir que nos saquen sangre.


En ocasiones la ansiedad es tal que puede ser necesaria primero la exposición en imaginación, antes que hacer una exposición en vivo: imaginarse yendo al centro de salud, imaginarse entrando a la sala de extracciones, imaginarse una aguja, imaginarse la sangre, imaginarse cómo le extraen sangre a otra persona...


Se suele hacer una escala de miedos, ya que las situaciones que generan ansiedad pueden ser muy diferentes de una persona a otra. Esta escala se ordena según las situaciones que generar más o menos ansiedad. Después nos vamos exponiendo progresivamente a las situaciones, empezando por la situación menos ansiógena y esperando a que la ansiedad desaparezca en cada ítem de la escala.



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