Sonia González
Directora y psicóloga en Psyfeel
La Ansiedad se expresa a través del cuerpo en forma de síntomas físicos o fisiológicos. Estos síntomas se caracterizan por la activación de nuestro sistema nervioso autónomo. Este sistema se encarga de las funciones involuntarias de nuestro organismo, como puede ser respirar o hacer la digestión. Al activarse este mecanismo, la ansiedad se manifiesta en síntomas que alteran un poco nuestras funciones vitales:
Ante una situación de ansiedad, nuestro cuerpo produce una sustancia llamada cortisol. Esta sustancia bloquea algunos procesos que en ese momento no son importantes, como la digestión. Por ello, derivado de esta desactivación a menudo aparecen molestias que se dan en el aparato digestivo y que se denomina ansiedad en el estómago. La ansiedad puede situarse en forma de síntomas en cualquier parte del aparato digestivo, desde la boca hasta el colon. Algunos de estos síntomas gastrointestinales pueden ser la boca seca, náuseas o arcadas, vómitos, movilidad gastrointestinal, digestiones pesadas, nervios en el estómago, dolor abdominal o dolor de tripa, falta de apetito, acidez y ardor de estómago, estreñimientos o diarreas, retortijones, etc.
El sistema circulatorio también se ve muy afectado por situaciones de estrés. Esto es debido a que las situaciones estresantes provocan cambios en el pulso y la circulación de la sangre. En momentos de ansiedad, la temperatura del cuerpo aumenta, ya que los vasos sanguíneos se estrechan al pasar más sangre. En repuesta a esto, nuestro cuerpo empieza a sudar para enfriarse. Si estos síntomas se mantienen durante mucho tiempo pueden provocar alteraciones circulatorias.
El sistema respiratorio también sufre cambios para adaptarse a la situación de alarma, lo que provoca a menudo una respiración rápida y menos profunda (hiperventilación), mareos, debilidad, desmayos y aturdimientos o sensación de asfixia.
Al experimentar estos síntomas podemos sentir que lo que nos está ocurriendo no es normal. Por ello muy comúnmente aparecen los llamados ataques de pánico. En estos ataques los síntomas de ansiedad se viven como que nuestra salud se está viendo afectada. Es muy habitual asociar estos síntomas a lo experimentado en un infarto al corazón. No obstante, es importante que tengamos en cuenta que estos cambios son normales, que no suponen peligro físico para nuestro organismo.
A nivel inmunológico, la ansiedad hace que este sistema se prepare para reaccionar en cualquier momento. Si la ansiedad se mantiene en el tiempo, el sistema inmunitario estará continuamente intentando prepararse y el nivel de defensas del cuerpo disminuirá. De esta forma, es común que una persona con ansiedad tenga más probabilidad de coger gripe, resfriado u otras enfermedades comunes.
En situaciones de ansiedad también se activa nuestro sistema nervioso somático, lo cual puede provocar algunas manifestaciones a través de nuestros movimientos o reflejos. En este sentido, es muy común que aparezcan síntomas como dolores musculares (de espalda, de hombros, de cervicales…), tensión en la mandíbula, tics, u otros movimientos involuntarios.
Cabe destacar que si la ansiedad es continuada, persistente y no tratada puede derivar en somatizaciones o síntomas somáticos. La somatización es la aparición de problemas físicos como consecuencia de la presencia de problemas psicológicos, sin que exista una causa médica que los explique. Si la persona experimenta continuamente somatizaciones y, derivado de ello, tiene continuas quejas médicas para buscar una explicación física, puede terminar en un trastorno de somatización.
Si hablamos del pensamiento, por una parte, la ansiedad provoca cambios en nuestro sistema cognitivo, de forma que ante una situación estresante podemos experimentar disminución de la concentración, irritabilidad o embotamiento, sensación de irrealidad (desrealización) o de estar fuera de uno mismo (despersonalización), dificultad para pensar, baja productividad, problemas de memoria o confusión, entre otros síntomas.
Por otra parte, para que una situación sea identificada por nosotros como alarmante y posteriormente active nuestro cuerpo, tenemos que hacer una interpretación de la situación como peligrosa. Estos pensamientos de peligro son un síntoma que activa y mantienen la ansiedad. Hablamos de pensamientos negativos, en forma de preocupación, de agrandamiento del problema o de anticipación de problemas. Por ejemplo, si una vez me mordió un perro, en mi pensamiento puede quedar grabado que los perros son peligrosos, que los perros muerden y me pueden matar y que cada vez que vea un perro estoy en peligro.
Los pensamientos de peligro, a su vez, provocan síntomas emocionales intensos. Estas reacciones se manifiestan sobre todo en miedos (a morir, a perder el control, a volverse loco, etc.). También aparecen el llanto o la risa nerviosa, apatía, bajo estado de ánimo, irritabilidad, frustración, etc.
Todos los cambios producidos en el cuerpo y en la mente ante una situación interpretada como peligrosa tienen el objetivo final de sobrevivir. Para conseguir este objetivo los humanos realizamos determinadas conductas. Para la supervivencia, nuestro cuerpo pondrá en marcha diferentes mecanismos que requieren de la activación del sistema nervioso somático (encargado de los movimientos voluntarios del cuerpo o de los actos reflejos). Por ejemplo, si he interpretado que un perro es peligroso, cada vez que vea un perro mi cuerpo y mi mente se activarán para garantizar la supervivencia. Seguramente lo que haga sea huir de esa situación o alejarme del perro. Y este es uno de los síntomas en el comportamientos más frecuentes en un estado de ansiedad: escapar de la situación.
Del mismo, nuestro pensamiento negativo siempre anticipará que paseando por la calle es probable que nos encontremos un perro. Por tanto, en muchas situaciones este pensamiento provocará otro tipo de comportamiento: la evitación. Evitar enfrentarnos a la situación peligrosa también es un comportamiento de supervivencia. Esta conducta se activa al anticipar los problemas (en este caso, anticipamos que nos vamos a encontrar un perro y que este perro nos va a morder).
Otro tipo de síntomas conductuales son los relacionados con comer o fumar en exceso. Son síntomas característicos de una situación de ansiedad y cuya finalidad no deja de ser otra que la de escapar de la situación. Es decir, para algunas personas comer o fumar es una forma de aliviar temporalmente la tensión emocional. Estas conductas se convierten en una manera de escapar de esa situación de ansiedad. Dichos síntomas pueden llevar a problemas relacionados con la obesidad o problemas respiratorios y de salud.
Tenemos que entender que la ansiedad es buena en su justa medida. Esto quiere decir que algunos de los síntomas experimentados en una situación de ansiedad son cambios adaptativos. Nuestro cuerpo siempre va a tratar de adaptarse a una situación de alarma. Por ejemplo, para salir corriendo de una situación peligrosa, tenemos que aumentar la respiración, el corazón debe bombear sangre a nuestras piernas, etc. Tenemos que poner todos nuestros recursos físicos y mentales en huir de esa situación.
Sin embargo, si mantenemos estos cambios físicos durante un tiempo prolongado podemos tener consecuencias en nuestra salud. Del mismo modo, tener continuamente pensamientos negativos y emociones negativas provoca malestar psicológico. Además, huir o evitar situaciones que consideramos peligrosas, pero en realidad no tienen por qué serlo, trae consecuencias en nuestra socialización y nuestra calidad de vida.
Si estás pasando por una situación similar, en la que tu calidad de vida se está viendo afectada, es importante que acudas a un especialista de la psicología. Un psicólogo podrá orientarte sobre qué está pasando y cómo se puede solucionar.
Si la ansiedad y sus síntomas están creando consecuencias en tu día a día puede que tengas un problema de ansiedad. La ansiedad es una parte de nosotros que solo tiene que aparecer cuando es adaptativa y tiene una función para nosotros. Si esta ansiedad aparece en situaciones en las que no es necesaria, si se mantiene en el tiempo de forma prolongada o si es tan intensa que acaba generando ataques de ansiedad, debemos pedir ayuda a un profesional.