Sonia González
Directora y psicóloga en Psyfeel
La muerte es parte de la vida, todos vamos a echar de menos a alguien que nos ha dejado, todos vamos a morir. Cada persona vive su duelo de una forma distinta, pero podemos identificar algunas fases que son comunes en la mayoría de la población.
Estas fases no son una guía exacta, ni la duración de las mismas es igual en cada persona, pero nos pueden ayudar a comprender lo que es «normal» en el proceso de duelo y por qué momentos tenemos que pasar para llegar a la aceptación.
También hay que tener en cuenta que el dolor siempre va a estar ahí, no nos deshacemos de él ni de los recuerdos, sino que aprendemos a vivir con ello. Forjamos una vida alrededor de ese dolor. El dolor sigue estando, pero construimos y tenemos otra vida y esto ayuda a aceparlo de alguna forma. El dolor afecta a todos los ámbitos de nuestra vida, lo que supone que a veces tenemos que reconstruir toda una vida y esto no es una tarea sencilla.
Si estás pasando por estos momentos no tengas prisa por avanzar en el duelo, vívelo dándote el tiempo que necesites. Es un etapa necesaria, que te va a ayudar a poder continuar con tu vida en un futuro.
Muchas personas intentan avanzar tan rápido que el duelo acaba enquistándose y transformándose en un duelo patológico. El dolor hay que vivirlo y sufrirlo, no podemos evitarlo o escapar de él porque siempre nos perseguirá allá donde vayamos.
La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross fue quien hipotetizó sobre estas etapas del duelo. Es un modelo que sugiere que las personas que viven el duelo atraviesan estas fases de forma secuencial. Las fases en realidad son 5 estados mentales diferentes que aparecen habitualmente en la persona que experimenta el duelo.
Es solo una referencia, por lo tanto, hay que tener en cuenta que no todas las personas viven todos estos estados y no aparecen obligatoriamente en el mismo orden de secuencia.
Para explicar las fases al duelo, nos centramos en el duelo por fallecimiento de un ser querido, ya que es el tipo de duelo más común y que es más habitual que se complique.
Este estado mental supone que la persona, en un primer momento, niega la realidad de la pérdida. Es un mecanismo de defensa, una forma de amortiguar el golpe que supone la pérdida. Aplazamos un poco este dolor porque es tan duro e intenso que nuestro cerebro no se siente preparado para procesar y asumir esa pérdida. Y esto ocurre sobre todo en los casos donde la muerte ha ocurrido de forma imprevista y nos pilla desprevenidos.
Parece una opción poco realista y adaptativa, pero por supervivencia estamos preparados para protegernos del dolor, esto ayuda a que el cambio en el estado de ánimo no sea tan brusco que pueda dañarnos gravemente.
La negación puede ser explícita o implícita; es decir, podemos decir con nuestras palabras que la persona ha fallecido pero, a la vez, dentro de nosotros, estamos negando la pérdida.
Es una fase y un estado totalmente normal ante un suceso doloroso, pero este estado no puede mantenerse indefinidamente. Al final la persona tiene que ir asumiendo que su ser querido ha fallecido e ir abandonando esta primera fase.
En este momento la persona empieza a darse cuenta de que la muerte en vez ha ocurrido. Hay una carga emocional tan grande que aparecen sentimientos de frustración y resentimiento al darse cuenta de que la muerte no es reversible y de que no puede hacer nada para volver hacia atrás.
Ante esta frustración por no encontrar una solución, aparece rabia y enfado que se proyecta habitualmente sobre uno mismo, sobre otras personas del entorno o incluso sobre el difunto.
Se intenta buscar un culpable por todos los medios, como una forma de buscar justicia. La persona puede echarse la culpa a sí misma por no haber evitado la pérdida, a otras personas que estuvieron alrededor en el momento de la muerte (como otros allegados o los profesionales sanitarios) o incluso a la persona que ha fallecido, alegando que ella misma podía haber evitado su muerte.
No obstante, al final la persona se dará cuenta de que a menudo no hay un responsable y de que la muerte no tiene solución.
Esta es la fase que suele durar menos. En ella la persona fantasea con la idea de que la muerte es reversible y busca formas para hacerlo posible. Tenemos la ficción de que estamos en posición de poder controlar o impedir la situación.
Es común que aparezcan expresiones como «¿y si hubiera hecho…», ¿Qué hubiera pasado si…?» y también que aparezcan intentos de arreglar la situación, por ejemplo intentando negociar con divinidades. En este sentido y sobre todo en personas religiosas, aparece el intento de negociar con Dios para que le devuelva a su ser querido a cambio de ser mejor persona o de realizar alguna acción positiva en el mundo.
En el fondo sabemos que esto no es posible, pero es algo que de alguna forma nos ayuda a avanzar en el duelo. Es una fase breve porque no encaja con la realidad y buscar soluciones continuamente sin conseguir nada puede ser muy cansado.
En este momento y, después de intentar buscar soluciones, culpables y formas de cambiar el curso de la vida y darse cuenta de que esto no es posible, volvemos a la realidad y aparece una tristeza profunda y un gran sentimiento de vacío.
Esta depresión no se refiere a que la persona padezca un trastorno depresivo, sino que hace referencia a las emociones normales ante una situación de pérdida y que son necesarias para conseguir la aceptación. Hay que tener en cuenta que no es lo mismo depresión que duelo, aunque aparezcan algunos síntomas similares.
Esta tristeza no se puede paliar con fantasías o negaciones. Es un dolor que a menudo nos lleva a una especie de crisis existencial, donde no encontramos sentido a la vida, ya que nacemos para morir y esta muerte no tiene solución. La persona se da cuenta de que ahora tiene que vivir en un mundo en el que su ser querido ya no está y esto puede parecer imposible.
Es habitual que en esta fase aparezcan otros sentimientos como cansancio, o la sensación de que no vamos a superar nunca esta tristeza. En estos momentos la persona suele aislarse más del mundo, algo similar a lo que ocurre en la depresión.
Además, puede aparecer la idea de que, si disfrutamos y continuamos con nuestra vida estamos traicionando y olvidando a nuestro ser querido. Nos aferramos a esa tristeza como una forma de no fallar al difunto.
Hace unos años de hecho era típico vivir una etapa llamada «luto», en las que el viudo o viuda de la persona fallecida tenía que permanecer en un estado de tristeza, aislamiento e incluso ir vestido de negro como seña de que estaba honrando a su cónyuge. El luto empezaba con el velatorio, continuaba con el entierro y seguía durante 1 año con esta forma de vida, como una forma de mostrar que no se había olvidado al ser querido y que, mientras durara el luto, no iba a disfrutar de la vida. A día de hoy este rito se ha diluido un poco, pero sigue un poco presente en nuestra cultura.
Llegado este momento, la persona aprender a vivir en un mundo en el que la persona ya no está, por lo que va aceptando la pérdida y va construyendo una nueva vida sin esa persona.
Obviamente el dolor seguirá estando ahí y aparecerá sobre todo en momentos de recuerdo (como cumpleaños, aniversarios…); pero la tristeza no será la misma, será más bien un sentimiento de añoranza de los buenos momentos vividos como la persona.
En este momento la persona fallecida se coloca en un lugar de nosotros que no interfiere en que continuemos con nuestra vida. Poco a poco se va recuperando la capacidad de disfrutar y de sentir placer por las cosas, sin sentirnos culpables o creer que estamos traicionando a nuestro familiar.
Saber en qué momento del proceso de duelo nos encontramos es de gran utilidad para poder seguir avanzando en nuestro dolor, sabiendo que vamos por el camino adecuado y que los síntomas son normales ante la situación que estamos viviendo.
Es verdad que el duelo es muy variable entre personas y, en gran medida, depende de nuestra historia de vida el ritmo, la intensidad o los síntomas que experimentemos.
¿Te gustaría saber en qué momento del duelo te encuentras? Intenta responder a estas preguntas, sé lo más sincero posible contigo mismo.
¿Tiendes a negar, ya sea de forma explícita o en tus pensamientos, que la pérdida ha ocurrido? ¿Puedes hablar sobre la muerte, pero en tu interior tienes la sensación de que la persona sigue viva? ¿Intentas evitar toda situación que suponga hablar sobre la muerte o sobre la persona fallecida?¿Evitas situaciones o lugares que te recuerden a la persona fallecida?
Estás enfadado por no poder traer de nuevo a la persona a la vida? ¿Crees que eres el culpable de la muerte o tienes parte de culpa en ello? ¿Piensas que otras personas han tenido algo que ver en la muerte? ¿Estás enfadado porque la persona se ha ido?
¿Tienes el pensamiento de que la persona va a volver?¿Fantaseas con la idea de que la muerte es reversible? ¿Te haces preguntas sobre lo que pudiera haber pasado si los acontecimientos hubieran sido diferentes? ¿Crees que puedes encontrar una solución para que la persona vuelva?
¿Te siente deprimido y/o vacío?¿Sientes que la vida ya no tiene sentido sin esa persona?¿Tienes cansancio y tiendes a evitar el contacto con la gente?¿Piensas que si dejas de sufrir vas a traicionar a tu ser querido?¿Tienes miedo de olvidar a esa persona?
¿Sientes que puedes seguir viviendo, aunque te duela que tu ser querido ya no esté?¿Recuerdas con una sonrisa en la cara los buenos momentos vividos con esa persona?¿Has vuelto a disfrutar de algunas cosas de la vida?
Cada uno de estos puntos corresponde a una fase del duelo. Si en alguno de los puntos respondes que sí a la mayoría de preguntas es probable que estés en esa fase del duelo. Si no te ves capaz de identificar tu estado mental o si crees que te vendría bien ayuda profesional, no dudes en ponerte en contacto con un psicólogo. El psicólogo te acompañará en tu proceso de duelo, a lo largo de las distintas fases, y podrá orientarte sobre la normalidad de los síntomas.
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